Filmada en Orihuela (Alicante), cuna de su directora, El agua, de Elena López Riera mezcla el retrato de las nuevas generaciones, presidido por una deslumbrante Luna Pamiés (todo un descubrimiento), con acuáticas leyendas que, a raíz de periódicas inundaciones, marcaron a las mujeres del lugar desde tiempos inmemoriales. Por Ángel Cruz
Como López Riera ha dicho en alguna ocasión, Orihuela es, en origen, un lugar de lo más seco, aunque irrigado por técnicas que remontan a la ocupación árabe: «Nada de todo esto, ni los naranjos, ni los limoneros, ha crecido naturalmente. Nuestra relación con el agua en Orihuela es contradictoria. Necesitamos mucha agua en esta región en la que rara vez llueve, apenas dos veces al año, y cuando llueve siempre es demasiado». En efecto, al menos desde 1320 se tiene noticia de las dramáticas crecidas del río Segura a su paso por Orihuela.
A lo largo de los siglos se han sucedido los desastres y los decesos, la última, que fue la peor de los últimos tres siglos, llegó en 2019, justamente cuando Elena López Riera y su pareja, el critico cinematográfico francés Philippe Azoury, que brilla con un pequeño papel en la película, estaban terminando el guion que, entre otras cosas, cuenta cómo viven los orcelitanos, bajo la amenaza permanente de otra inundación, y sus fatídicas consecuencias. Si no fuera porque estaba ya escrito que podía llegar a suceder, se podría decir aquello de que la realidad supera a la ficción. Sea como fuere, las imágenes que salieron espontáneamente de los teléfonos de los vecinos acabaron de redondear la heterogeneidad de una película en la que lo cotidiano cohabita con lo fantástico, y en la que el registro documental se integra, de diversas formas, en el relato de ficción.
«Una serie de vecinas nos explican cómo han sentido los mitos y leyendas que, a lo largo de los siglos, se han ido forjando en esta tierra»
Están los teléfonos, pero también una serie de vecinas que, rompiendo la cuarta pared, nos explican cómo han sentido los mitos y leyendas que, a lo largo de los siglos, se han ido forjando en esta tierra amenazada. Las mujeres en especial, a causa de su sensibilidad y del patriarcado ambiental, son las que mejor han cultivado esos miedos atávicos que se han transmitido oralmente de generación en generación, como sucede en casa de esas tres mujeres solitarias que se abandonan al borde de la carretera, en un bar de mala muerte, vagamente brujas. Ellas son Nieve de Medina y Bárbara Lennie, madre e hija en la ficción, y también únicas actrices profesionales en la película que ha significado la revelación de la exótica y misteriosa Luna Pamiés.
Casting de la «comunidad» valenciana
Luna brilla en un reparto ensamblado «en un casting salvaje», y formado por lugareños de todas las edades, aunque principalmente adolescentes, que interpretan versiones muy aproximadas a lo que son ellos mismos. Pamiés es la nieta que se siente atrapada, agobiada por todo: el agua, las mujeres de su familia y todo lo demás. Sueña con largarse con el chico que la corteja, como si fuesen los Romeo y Julieta del Levante, desenterrando el hacha de guerra entre las familias. El agua podría ser una más de todas esas historias de iniciación adolescente, con tintes inequívocamente autobiográficos, contadas por esas mujeres que regresan al pueblo del que una vez soñaron con largarse. Pero tiene algo especial.
«Se llevó a cabo «un casting salvaje» hasta completar el reparto formado por lugareños de todas las edades que interpretan versiones muy aproximadas a lo que son ellos mismos.»
Como en sus cortos premiados en los grandes festivales internacionales –Pueblo (2015), Las vísceras (2016) y Los que desean (2018)–, que podrían formar una trilogía de Orihuela, esta película que tuvo su estreno internacional en Cannes y el nacional en San Sebastián, se distingue por una indefinible atmósfera de extrañamiento, más bien propia del cine fantástico, que surge de una cotidianidad enrarecida por aquello tan raro de vivir en un lugar permanentemente amenazado por la catástrofe. El agua sigue la ola brillante de esas cineastas de nueva generación, que se morían de ganas de contarse y que han llegado todas al mismo tiempo, huyendo del pasado, pero sin renegar de las raíces, en un único movimiento contradictorio donde el amor y el rencor duermen abrazados. Se mire como se mire, y le pese a quien le pese, el cine español se ha renovado de arriba abajo, y esa renovación es de claro signo femenino, y resulta de lo más refrescante, como un chapuzón vespertino en la costa blanca. Más info sobre otras localizaciones para filmar en la Comunidad Valenciana: https://valenciaregionfilm.com/